Un día de tizas

Él había dejado un somero cansancio en la maleta que sostenía su hombro. Dio un respiro profundo y empezó a desempacar lo concerniente a su faena. El artefacto de la vida, las hojas que conforman los matices de la historia, el legado que uno debe dejar, las pesquisas de una investigación artística y las anochecidas que en ellas se sembró para lograr dicho conocimiento, que no era del todo complejo, pero que le ayudó a confrontar los vacíos que sus mentores habían comenzado.

LOS OJOS DE KATHERINE

Y en tu fulminante conciencia permanecía aquella sensación de su semblante. La tarde se desmoronaba y aún seguías mirando aquella imagen que te mostraba vaivenes cotidianos, pasos que dejaste en libertad; ella, sobre todo ella, no te dejaba respirar. Estás sentado, mirando a las hormigas que se posan en el cuerpo y que suben sin reparo a tus manos. Tal vez gritaste un lo siento, tal vez insistías en correr y saltar hacia el olvido, pero el tal vez se desdibujaba en tus ojos. ¿Habrás alcanzado a olvidarla? ¿Quizá sus manos, quizá sus labios? Pero sus ojos… ¡sus ojos!

EL DESPEGUE

Él, motivado por un impulso extraño y nauseabundo, se acurrucó en una silla, abrió su periódico, divisó la avenida, la colindante con ella y entendió que sería capaz de contemplar, en su apogeo, el último suspiro. Ella, en cambio, se disponía a brillar, resolver el tiempo y el espacio. Llevaba una sábana entre los hombros, tan de seda, inflamable. Sus ojos relataban guerras intempestivas, su piel acariciaba la bondad y la misericordia. Recordaba los días de infancia, las tardes que volaba con su padre, los enemigos que amenazaron con matarla, los sueños con su madre, aquellos que ya volaron sin alivio. Quería brillar, salpicar vitalidad de los ya perdidos durante décadas, encontrar gotas que escriban cada paso mal buscado: los seis gobiernos vividos, una dictadura siniestra, una cama vacía y su persistencia a la quietud.

DOCE VECES BESÉ A SOL

La primera vez que la observé sentí una atadura en el pecho. Mi fugaz persecución dio ventaja a su tenaz seducción, ya que sus ojos, sus labios, su manera de caminar, su voz, su cabello, todo en ella soltaba esa frescura que cautivaba mi corazón, por ello la única salida no era escapar sino estar a la vanguardia de sus pasos, sus enigmáticos pasos.

DELIRIOS EN NOCHEBUENA

¡No! No había terminado de preguntar a la señorita del cómo es posible dejar de atenderme. La muerte no tiene vacaciones, le recordé. Pero ella insistía que era navidad y que su jefe, su maldito jefe, no pagaría horas extras. ¡Grandioso! Un largo camino para un portazo en la cara, mascullé. No, no le había contestado con arrogancia y ¡no!, no estaba en los cuarenta, sino que ya había sobrepasado ese número y el termómetro, que no era tan resistente a mi espíritu navideño, reventó. Ella, la señorita de los sin-pagos-extras, hacía a la que no le importaba tal cosa, total “un termómetro no es tan caro como un chocolate en navidad”, es más, su indiferencia fue tanta que al llegar hacia mí cambió el letrero de “abierto” por “cerrado”.

Odiseo en Lima

Saliste de casa sin pensar en un destino adverso, que los vientos propiciaban buen augurio; pero no, Odiseo, estabas en Lima, en el mes morado, en el gobierno del corrupto Mudo, en el reinado de un espectro naranja. No, Odiseo. Cómo pensaste que todo podía calzar a tu favor, aun sabiendo que tu zapato se empolvaba con la inmundicia de los periódicos chichas, aun sabiendo que no habría suplicantes ante esta ciudad que le devoraba la peste de la corruptela. ¡Por qué, por qué, Odiseo! Cómo pudiste salir tan confiado en este tiempo, en esta Lima miserable y nauseabunda…

¿QUIÉN MATÓ A PAPÁ NOEL?

Empiezo a caminar solo, sé que mi amiga estará más cómoda en mi sala que con un ogro estropea-esperanzas; por ello, no me preocupo y sigo avanzando. Pero, rayos y más rayos, todo rojo y verde, perro ¡jo, jo, jo! y hasta gatos entonando villancicos. “Mocoso del demonio, todo esto ha sido tu estratagema”, dije y un vecino de la cuadra me detiene y me insiste que le ayude con las luces en el árbol. “¡Que te ayude Edelnor!”, le digo todo irritado, pero es navidad y todos no entienden de maldades. Empieza a reírse a carcajadas y hasta contagia al perro ¡jo, jo, jo! en un ¡ja, ja, ja!…

Insomnio

No sé exactamente qué hora es, quizá y ya son las cinco, porque veo el amanecer tan caprichoso, las mototaxis que van de un lado a otro, los gallos que entonan el himno hidalgo de aquellos que salen a trabajar. Mi celular empieza a danzar, creo que lo configuré para que sonara a estas horas….